domingo, 31 de agosto de 2014

Seeladyan y el Reino de las Quimeras




Seeladyan recorría todo el Reino de las Quimeras con una expresión de complacencia en su rostro; surcaba los cielos de las praderas florecientes, donde los únicos dos habitantes del reino- sus protegidos- corrían suertes interminables de placeres y alegrías. Seeladyan se deleitaba vislumbrando con sus ojos calmos a la vez que vivaces las cataratas, los lagos, donde se bañaban aquellos dos seres que tanto amaba…

El sonido que emitía al batir sus grandes alas era semejante al eco de la palabra maternal que consuela y protege jubilosamente aun encontrándose sumida en sus propios abatimientos. Su timbre de voz, a veces sabía enclaustrar el miedo y deshacerlo, triturándolo con la fuerza de su entrega; a veces, sencillamente era armónico y apaciguador.

El primer día en que cayeron truenos en el reino de las Quimeras, Seeladyan sintió necesidad de encontrar a sus protegidos y prodigarles sus alas, como siempre lo hacía, pero no los hallaba, voló cada espacio de aquel hogar encantado, desde la rivera en que contemplaban el atardecer de ensueño, hasta el valle sembrado de violetas y árboles de ambrosia… habían desaparecido.

Seeladyan se resistía al presagio que algún extraño sentido suyo le avisaba y de pronto, un estruendo resonó haciendo vibrar y marchitar cada pétalo de las flores de la encantada planicie.

Invadida de desesperación, la gran ave se dirigió a los líndeles del reino sintiendo el brote de la angustia palpitante en su interior. De alguna manera sentía que pronto, cruzando la frontera estaría a merced del infortunio, pues era el ave mítica y divina que solamente existía dentro de los límites del Reino de las Quimeras y ella a lo largo de todos los milenios de su etérea vida lo sabía, sin embargo, dejó que el soplido vertido por el viento a sus alas fuera más intenso que nunca en su desesperada búsqueda. 

Sobrevolando ya las afueras del reino, sin que ella se percatase, se abrió una cueva en pleno desierto y de su fosa profunda y hueca una lanza salió impulsada por la maldad de la realidad. La lanza se precipitó como guiada por manos malsanas, clavándose en un cruel segundo en el pecho cándidamente emplumado de Seeladyan. El ave que sólo sabía entregar amor empezó su agonía en el aire precipitándose con rapidez a tierra de la realidad.

En las tribulaciones de su agonía deseaba con todas las fuerzas que se le extinguían, retrasar su expiración…se había borrado la complacencia de la expresión de su rostro para dar paso a una amarga aflicción…sus ojos caídos y suplicantes a la vida parpadeaban pura desolación. Intentó incorporarse mientras la sangre le manaba profusamente de la herida en su pecho y cayó una vez… y otra vez… pero no quería ver las esperanzas desechas, se resistía a morir con el único anhelo de ver por vez última a sus dos amados protegidos, pero los deseos por más intensos que eran no cambiaron ni retrasaron su destino y falleció, teniendo por última visión tan sólo el desierto vacío.

Janet Lilí Verde Sánchez

No hay comentarios:

Publicar un comentario