jueves, 4 de septiembre de 2014

Arturo




El personaje más importante de la tradición celta. Originalmente no era más -históricamente- que un modesto caudillo guerrero, un jefe de jinetes que alquilaba en cierto modo sus servicios a los reyes bretones insulares hacia el año 500 de nuestra era, en la lucha desesperada que estos bretones sostenían contra los invasores sajones. Sus éxitos fueron tales, que la leyenda se adueñó del personaje, exagerando notablemente su papel y su poder y confiriéndole una dimensión mitológica. Así es como Arturo, cuyo nombre (en realidad, sobrenombre) significa "que tiene el aspecto de un oso", adquirió todas las características de una divinidad de la tradición celta. El mito sublimó al personaje, en particular en el Cornualles británico, de donde era originario, y en el sur del País de Gales. De ahí el mito pasó, en forma de relatos circunstanciados, al conjunto de países celtas britónicos y fue recuperado, en el siglo XII, por los historiógrafos y novelistas franceses auspiciados por Leonor de Aquitania y Enrique II Plantagenet, quienes pretendían ser los herederos de Arturo. De este modo se explican el nacimiento y la difusión en todos los países europeos de lo que se conoce como las novelas de la Tabla Redonda o, también, las novelas artúricas. Otras leyendas, otros mitos, de origen celta, vinieron a añadirse al esquema primitivo, y Arturo se convirtió en el símbolo de un mundo celta ideal que funciona en torno de un eje constituido por el rey. Pero este rey sólo tiene poder en la medida en que está presente, aunque sea sin actuar. De ahí ese aspecto de dios equilibrador en el mundo natural y de las fuerzas sociales que reviste Arturo en los textos del siglo XII, aspecto que es conforme a lo que encontramos en las epopeyas irlandesas más antiguas; y de ahí, también, la asociación de Arturo con el mago Merlín, imagen del antiguo druida. Arturo y Merlín forman la famosa pareja rey-druida sin la que ninguna sociedad celta puede existir, y que corresponde, en la mitología hindú, al doble carácter de la función regia y divina que representan Mitra y Varuna. En todas las novelas de la Tabla Redonda, Arturo se distingue por una cierta pasividad. Son sus caballeros quienes actúan en su nombre, y en el de la reina Ginebra, que es quien detenta la Soberanía. El aspecto más arcaico de Arturo aparece en el relato galés Kulhwch y Olwen. Aquí no es todavía un rey "cortés", sino un caudillo rodeado de personajes salidos directamente de la mitología celta, a la vez guerreros (y no "caballeros") y magos. Los textos posteriores le dan una coloración distinta debido a la modernización del mito. Arturo pasa a ser el modelo del soberano feudal, y su corte el lugar de encuentro de los espíritus cultivados de la época, que saben conciliar la mundología con la valentía. Pero siguió siendo un personaje de la tradición popular, sobre todo en la península de Cornualles. Símbolo del poder perdido de los celtas, Arturo no ha muerto: está en dormición en un mundo extraño, la isla de Avalón, que es el paraíso celta; o en una gruta, en algún lugar de la isla de Bretaña; o en la Bretaña armoricana, adonde fue trasplantando luego el mito. Y volverá un día para rehacer la unidad del mundo celta, reconstituyendo al mismo tiempo un tipo de sociedad horizontal absolutamente contraria al espíritu romano, sociedad en la que cada cual volverá a encontrar la libertad y la independencia en una gran confederación de pueblos ligados por ideales comunes.  

De: "Pequeño diccionario de mitología céltica", Jean Markale.

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