I
Lo que se necesita es un anticristianismo metafísico
de raíces druidas.
II
El cristianismo es un intruso semita en tierras
indoeuropeas, que ha conseguido alienar a los pueblos del norte. Los ha
desligado de sus raíces e introducido en una tradición que les era
completamente ajena. Ha opacado todo su amor y vigor por la vida a través de la
culpa y la desconfianza hacia toda la naturaleza viviente. La libertad de los
bárbaros ha devenido, por mediación cristiana, en el "civilizacionismo"
de un occidente aburguesado.
III
No puedo darle tregua al cristianismo, ni una
alianza parcial o establecer un acuerdo relativo, porque asechando como un
vampiro entre las sombras, siempre vuelve a atacarme por la espalda en el
instante crucial. El cristianismo, por desgracia, es un felón. Con él no puede
haber pacto: porque es una larva espectral que se nutre de la sangre reverberante
de los seres vivientes que escalan sobre los montes inhóspitos y escabrosos,
abiertos y amplios y profundos, donde la vegetación virgen no ha sido maculada
aún por la mirada profana del sacerdote que todo lo escatima.
IV
El cristianismo es el odio hacia todo lo viviente.
Hacia todo lo verdaderamente viviente: hacia todo lo salvaje que habita en los
bosques y las montañas, hacia todo lo montarás que recibe la luz del día y la
oscuridad de la profunda noche con el alma ardiente en llamas. Los cabellos
enmarañados y las pupilas desorbitadas no gustan al cristiano.
V
El cristianismo lo blanquea todo, hasta no dejar ni
un rastro de color en el bosque.
VI
Una sonrisa espontanea bajo los cabellos revueltos
de quien ha gozado: eso es lo que más odia el cristiano.
VII
Si queremos devolver la benevolencia, la pureza, el
brillo prístino de nuestra primera infancia a las cosas, no podemos contar con
el cristianismo como aliado.
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