Soñó, entre el sueño y la vigilia, con un amplio y profundo lago en el que las ninfas moraban. Al aproximarse, las ninfas le susurraron:
“Todo deseo que pidas a los pies de este lago, te será concedido. Pero este lago no se abre cuando está turbio. Para que el deseo penetre en el lago y pueda realizarse, el lago debe estar abierto, debe estar sereno. Y tú, al dirigir el deseo, no debes perder un ápice de esa serenidad inquebrantable y entonces todo lo que pidas te será concedido”.
Sorprendida, miró hacia las profundidades del lago y al hacerlo vio que el lago era su corazón mismo, su ser interior, su alma.
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