jueves, 21 de agosto de 2014

Fragmento de la gesta "Beowulf": cuando el héroe se enfrenta al dragón de los pantanos




XX

Pero Hrothgar, centinela de los scyldings, respondió: -No hables de paz, que el dolor cae nuevamente sobre el pueblo danés. Aeschere, el hermano mayor de Yrmenlaf, ha sido asesinado. Él, mi consejero más estrecho, mi guerrero más leal en la batalla, el hombre con el que arriesgué mi vida tantas veces cuando el enemigo quiso doblegar nuestros yelmos engalanados con jabalíes. Ejemplo de nobles fue y será. Una bestia maldita fue su asesina en Hereot; nadie sabe hasta dónde lo arrastró. Triunfal, se resarció de la derrota sufrida por Grendel bajo tu brazo poderoso, que ayer le diste su merecido por menoscabar a su pueblo. Pero aun cuando Grendel fue vencido, ahora nos devasta otro ruin adversario, su madre, sedienta de muerte, rapaz como nadie en la represalia, que a mis hombres afligidos los tiene por la muerte de uno de sus líderes, yertas sus manos que tanto se abrieron para dar. Mis súbditos suelen referir sobre dos monstruosos habitantes del pantano, turbios espíritus que merodean en el fango. Testimonian que mientras uno tiene figura de mujer, el otro, de proporciones más gigantescas, holgando constantemente como un desterrado, adopta dimensiones mayores a las de un hombre.

<<Desde inviernos inmemoriales bautizamos a este con el nombre de Grendel; se ignora quienes eran sus padres y si hubo otros descendientes. Moran en sombrías planicies, acantilados azotados por el viento, baldíos senderos que atraviesan la espesura de la ciénaga, desembocadura de un torrente que se abisma desde riscos neblinosos. Cerca se abre un pantano rodeado por un bosque cuyo follaje escarchado acaricia las aguas. Y noche tras noche, vaya prodigio, esas aguas despiden llamaradas. Nadie ha escudriñado sus profundidades. Ni siquiera el ciervo de gallardos cuernos, al huir de la persecución de los perros, osa sumergirse en la ciénaga; prefiere morir en la orilla. Es un lugar amenazante. Si el viento espolea la ira de la tormenta y el agua cae del cielo en medio de la niebla, el oleaje asciende rasguñando las nubes. Sólo tú puedes aliviarnos. Pero aún ignoras los tenebrosos laberintos donde mora el blasfemo. Enfréntalo, si el valor y la suerte te acompañan, que yo podré retribuirte con abundantes obsequios, ancestrales tesoros, oro bruñido y brillante>>.

XXI

Beowulf, el hijo de Ecgtheow, respondió: -No te acongojes, querido rey. Es mejor vengar al amigo muerto que dolerse inútilmente. Nuestros anhelos en esta vida están contados; sólo con fama vencemos a la muerte; la memoria es el relicario del ser humano. Vamos, protector de tu reino, y persigamos el rastro de la progenitora de Grendel. Te doy mi palabra: no quedará impune, cualquiera sea su escondite, en la tierra, los bosques montañosos o en el lecho del mar. Sé resignado con tu aflicción. Es cuanto espero de ti.

El anciano monarca se incorporó dando gracias a Dios por las palabras del gauta. Con bridas y monturas preparó su vigoroso caballo y siguió la ruta escoltado por sus hombres. Las huellas del malogrado servidor de Hrothgar se esparcían por la planicie y por franjas boscosas; la brutal victimaria había arrastrado el cadáver hasta los desolados pantanos. Entonces se abrieron rutas por acantilados, precipicios y laderas, escarpados senderos sobre las aguas infestadas de bestias. Beowulf, escudriñando el territorio, marcha al frente de un grupo de valientes; cruzaron el sombrío follaje hasta alcanzar un gris roquerío donde los troncos se torcían y a cuyos pies se agitaban aguas sangrientas. Conmovidos quedaron los daneses al descubrir la mutilada cabeza de Aeschere en una pendiente que bajaba al pantano. El agua rebozaba sangre; la contemplaron asombrados, cruento fluido. Y el sonido del cuerno llamó a la guerra. Los soldados avistaron en el pantano peligrosas criaturas marinas; algunas se tendían en los riscos, las mismas que inquietan a los marineros, al llegar la aurora, en la ruta del navío. No sin rencor de alejaron al gorjeo del cuerno. Una de las sierpes fue alcanzada por la aguda flecha del gauta. Aturdida quedó en el agua y nada pudo hacer cuando las mortíferas adargas la embistieron. Reducida, arrastraron su cuerpo a un promontorio donde absortos quedaron los hombres ante tan repugnante dragón. Beowulf, arriesgando su destino, quiso entrar en acción. Su grandiosa cota de malla, urdida por manos laboriosas, protegería su cuerpo, la cámara de huesos, cuando se internara en las aguas. Escudo del corazón sería ante la arremetida de las bestias, quedando la cabeza bajo resguardo del áureo yelmo, con bordes noblemente orlados por jabalíes, faena de herreros en tiempos arcanos, salvaguarda de la vida ante la hoja de las espadas o el hacha, compañía del héroe en las abismales tinieblas del fondo marino. No indigna era la ayuda de Hrunting, la espada del consejero de Hrothgar, preciada reliquia de hierro, cubierta de cicatrices, había sido templada con néctar de guerra. No traicionaba a ningún caudillo que la empuñara en duelo encarando al enemigo. Sería nuevamente una ardua jornada. En verdad, si el hijo de Ecglaf, fuerte por sí mismo, resignaba la espada a uno mejor que él, era porque abjuraba de aquellas palabras que salieron de su boca, durante el festín, en plena embriaguez; no estaba en sus propósitos descuidarse al choque de las olas.

XXII

Por eso mancillo su honor y su fama. Pero no Beowulf, hijo de Ecgtheow, armado para el asalto, y quien habló así: -Nunca ignores, venerable descendiente de Healfdene, prudente monarca, al estar yo pronto a la carga, lo que hemos sentado de palabra: si he de perder la vida, serás para mí igual a un padre. Si la suerte me es adversa, te pido que ampares a mis súbditos, camaradas de combate, y que entregues a Hygelac, generoso Hrothgar, los obsequios que tu bondad me entregó; así, cuando el firme oro sea saludado por el rey de los gautas, hijos de Hrethel, tendrá noticia de la generosidad que me has prodigado siempre, insigne señor. Y deja para el famoso Unferth la presea legendaria, la espada de temible hoja y rico diseño; ahora me voy empuñando a Hrunting; honor o muerte.

Y luego de estas palabras el líder de los gautas se dirigió con rapidez hasta la orilla, sin esperar respuestas. Se zambulló en las aguas y escudriñó largas horas, antes de llegar al lecho abisal. La madre de Grendel, sanguinaria y desalmada loba, centinela terrible de esos abismos por innumerables inviernos, advirtió que alguien hurgaba la guarida de los monstruos. Se abalanzó sobre el guerrero con sus garras mortíferas, pero las zarpas no hicieron mella en el sólido arnés y la cota de malla que al cuerpo celaban. La loba lo aferró con violencia sumergiéndolo hasta la abisal madriguera. El caudillo luchaba con bravura aun cuando la espada no pudiera empuñar. Las bestias lo acosaban en las profundidades tratando de herirlo con dientes filosos. Beowulf pronto cayó en una escabrosa gruta, ajena al azote del oleaje y las corrientes, madriguera de la bestia iluminada por el resplandor del fuego. Pudo ahí contemplar cara a cara la amenazante figura de la posesa. Y ciñó con fuerza la espada desde el puño anillado y la descargó sobre la cabeza adversaria. Pero el filo de la espada no mordió aquella carne; por primera vez, después de tantas escaramuzas, erraba el arma que cotas y yelmos había destrozado. El caudillo, estimulado por su honra, permaneció resuelto sin aflojar el brío; pronto, haciendo a un lado la espada, se entregó al poder de sus manos, desafiando como quienes no retroceden ante la muerte y fraguan su fama en la lid. Y sin dilaciones, atizado por la ira, aferró por el hombro a la madre de Grendel y la derribó. Pero ella contraatacó apretándolo con sus brutales garras y él, extenuado, después de tambalear, se precipitó a tierra. La madre de Grendel, enceguecida por el odio, se abalanzó sobre el gauta blandiendo un puñal afilado. Quería resarcir la muerte de su hijo. Pero la hoja resbaló contra el blindado tejido de la pechera sin perforarla. El hijo de Ecgtheow, gracias al favor del Cielo y a la sólida armadura, se salvó de muerte en aquella gruta abisal. La providencia divina permitió entonces que el héroe se erigiera nuevamente.

XXIII

Y avistando una hoja implacable cincelada por gigantes, honor de osados, el filo agudo y brillante, una espada que sólo él, defensor de los scyldings, podría asir, no vaciló en levantarla y precipitó violentamente su hierro en el cuello de la arpía, cercenando músculos, tendones y huesos. Vencida, se desplomó a sus pies. La espada sangraba. Beowulf rebosaba júbilo. Un destello reverberaba en la madriguera con un brillo sólo comparable con el de la antorcha del cielo. Beowulf escudriñó el lugar avanzando junto a un muro. Aún ceñía la espada; quería encontrar a Grendel y vengar de una vez por toda sus calamidades a los daneses, los valientes caídos en aquellas incursiones nocturnas al recinto de Hrothgar, quince engullidos mientras dormían y otros quince arrastrados por la bestia, aciaga redada. Pero la justicia del gauta se había consumado. El cuerpo de Grendel inerte yacía; las heridas recibidas en el duelo, al enfrentarse a Beowulf, lo arrebataron de la vida. Aun así la carroña se sacudió ante la nueva embestida del indómito guerrero, quien de un solo golpe lo decapitó. En las orillas del pantano, Hrothgar y sus vasallos observaron cómo las aguas se revolvían tumultuosas, oscureciéndose de sangre. Los más ancianos temieron lo peor; Beowulf, pensaban, ya no retornaría a la superficie para celebrar la victoria con su rey. La fiera, se dijeron, lo habría asesinado. Al cumplirse la novena hora, los nobles scyldings se apartaron de allí; el monarca volvió a su hogar. Sólo los gautas permanecieron en la ribera, cabizbajos, con el corazón destrozado, pues esperanzas no tenían de saludar nuevamente a su generoso señor. Mientras tanto, la sangre vertida en la hoja de la espada, comenzó a fundirla. Y el hierro se hizo frágil como el hielo que se derrite al paso del agua con la crecida al ser propicia la estación, portento nacido de Dios, quien gobierna sobre los años. El líder gauta no se apropió de reliquia alguna; su único trofeo fue la cabeza de Grendel y el mango de la espada, pues la hoja fue deshecha por la sangre envilecida del homicida.

Y luego volvió a sumergirse y ascendió a la superficie purificando las gélidas aguas. La presencia de Grendel había sido sofocada. Y el avezado navegante, galardón en mano, ascendió triunfal y nadó hasta la orilla. Sus leales vasallos lo recibieron con emoción, dando gracias a Dios, pues el gauta volvía indemne a tierra firme y segura. Raudos, lo aliviaron de la cota y el yelmo, mientras la paz volvía a las aguas, y emprendieron el viaje, alborozados, cruzando laderas, exhibiendo el despojo, la cabeza del monstruo, empalada en una lanza sostenida por cuatro hombres; indómita era aquella hueste, distinguidos entre los distinguidos, enfilando hacia el fortín. Fue Beowulf, cubierto de gloria, quien primero ingresó saludando a su señor. En Hereot los hombres bebían; el gauta arrastró la cabeza de Grendel, cuyo porte sombrío todos contemplaban con estupor.  

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