XX
Pero
Hrothgar, centinela de los scyldings, respondió: -No hables de paz, que el
dolor cae nuevamente sobre el pueblo danés. Aeschere, el hermano mayor de
Yrmenlaf, ha sido asesinado. Él, mi consejero más estrecho, mi guerrero más
leal en la batalla, el hombre con el que arriesgué mi vida tantas veces cuando
el enemigo quiso doblegar nuestros yelmos engalanados con jabalíes. Ejemplo de
nobles fue y será. Una bestia maldita fue su asesina en Hereot; nadie sabe
hasta dónde lo arrastró. Triunfal, se resarció de la derrota sufrida por Grendel
bajo tu brazo poderoso, que ayer le diste su merecido por menoscabar a su
pueblo. Pero aun cuando Grendel fue vencido, ahora nos devasta otro ruin
adversario, su madre, sedienta de muerte, rapaz como nadie en la represalia, que
a mis hombres afligidos los tiene por la muerte de uno de sus líderes, yertas
sus manos que tanto se abrieron para dar. Mis súbditos suelen referir sobre dos
monstruosos habitantes del pantano, turbios espíritus que merodean en el fango.
Testimonian que mientras uno tiene figura de mujer, el otro, de proporciones
más gigantescas, holgando constantemente como un desterrado, adopta dimensiones
mayores a las de un hombre.
<<Desde
inviernos inmemoriales bautizamos a este con el nombre de Grendel; se ignora
quienes eran sus padres y si hubo otros descendientes. Moran en sombrías
planicies, acantilados azotados por el viento, baldíos senderos que atraviesan
la espesura de la ciénaga, desembocadura de un torrente que se abisma desde
riscos neblinosos. Cerca se abre un pantano rodeado por un bosque cuyo follaje
escarchado acaricia las aguas. Y noche tras noche, vaya prodigio, esas aguas
despiden llamaradas. Nadie ha escudriñado sus profundidades. Ni siquiera el
ciervo de gallardos cuernos, al huir de la persecución de los perros, osa
sumergirse en la ciénaga; prefiere morir en la orilla. Es un lugar amenazante.
Si el viento espolea la ira de la tormenta y el agua cae del cielo en medio de
la niebla, el oleaje asciende rasguñando las nubes. Sólo tú puedes aliviarnos.
Pero aún ignoras los tenebrosos laberintos donde mora el blasfemo. Enfréntalo, si
el valor y la suerte te acompañan, que yo podré retribuirte con abundantes
obsequios, ancestrales tesoros, oro bruñido y brillante>>.
XXI
Beowulf,
el hijo de Ecgtheow, respondió: -No te acongojes, querido rey. Es mejor vengar
al amigo muerto que dolerse inútilmente. Nuestros anhelos en esta vida están
contados; sólo con fama vencemos a la muerte; la memoria es el relicario del
ser humano. Vamos, protector de tu reino, y persigamos el rastro de la
progenitora de Grendel. Te doy mi palabra: no quedará impune, cualquiera sea su
escondite, en la tierra, los bosques montañosos o en el lecho del mar. Sé
resignado con tu aflicción. Es cuanto espero de ti.
El
anciano monarca se incorporó dando gracias a Dios por las palabras del gauta.
Con bridas y monturas preparó su vigoroso caballo y siguió la ruta escoltado
por sus hombres. Las huellas del malogrado servidor de Hrothgar se esparcían
por la planicie y por franjas boscosas; la brutal victimaria había arrastrado
el cadáver hasta los desolados pantanos. Entonces se abrieron rutas por
acantilados, precipicios y laderas, escarpados senderos sobre las aguas
infestadas de bestias. Beowulf, escudriñando el territorio, marcha al frente de
un grupo de valientes; cruzaron el sombrío follaje hasta alcanzar un gris
roquerío donde los troncos se torcían y a cuyos pies se agitaban aguas
sangrientas. Conmovidos quedaron los daneses al descubrir la mutilada cabeza de
Aeschere en una pendiente que bajaba al pantano. El agua rebozaba sangre; la
contemplaron asombrados, cruento fluido. Y el sonido del cuerno llamó a la
guerra. Los soldados avistaron en el pantano peligrosas criaturas marinas;
algunas se tendían en los riscos, las mismas que inquietan a los marineros, al
llegar la aurora, en la ruta del navío. No sin rencor de alejaron al gorjeo del
cuerno. Una de las sierpes fue alcanzada por la aguda flecha del gauta. Aturdida
quedó en el agua y nada pudo hacer cuando las mortíferas adargas la
embistieron. Reducida, arrastraron su cuerpo a un promontorio donde absortos
quedaron los hombres ante tan repugnante dragón. Beowulf, arriesgando su
destino, quiso entrar en acción. Su grandiosa cota de malla, urdida por manos
laboriosas, protegería su cuerpo, la cámara de huesos, cuando se internara en
las aguas. Escudo del corazón sería ante la arremetida de las bestias, quedando
la cabeza bajo resguardo del áureo yelmo, con bordes noblemente orlados por
jabalíes, faena de herreros en tiempos arcanos, salvaguarda de la vida ante la
hoja de las espadas o el hacha, compañía del héroe en las abismales tinieblas
del fondo marino. No indigna era la ayuda de Hrunting, la espada del consejero
de Hrothgar, preciada reliquia de hierro, cubierta de cicatrices, había sido
templada con néctar de guerra. No traicionaba a ningún caudillo que la empuñara
en duelo encarando al enemigo. Sería nuevamente una ardua jornada. En verdad,
si el hijo de Ecglaf, fuerte por sí mismo, resignaba la espada a uno mejor que
él, era porque abjuraba de aquellas palabras que salieron de su boca, durante
el festín, en plena embriaguez; no estaba en sus propósitos descuidarse al
choque de las olas.
XXII
Por
eso mancillo su honor y su fama. Pero no Beowulf, hijo de Ecgtheow, armado para
el asalto, y quien habló así: -Nunca ignores, venerable descendiente de
Healfdene, prudente monarca, al estar yo pronto a la carga, lo que hemos
sentado de palabra: si he de perder la vida, serás para mí igual a un padre. Si
la suerte me es adversa, te pido que ampares a mis súbditos, camaradas de
combate, y que entregues a Hygelac, generoso Hrothgar, los obsequios que tu
bondad me entregó; así, cuando el firme oro sea saludado por el rey de los
gautas, hijos de Hrethel, tendrá noticia de la generosidad que me has prodigado
siempre, insigne señor. Y deja para el famoso Unferth la presea legendaria, la
espada de temible hoja y rico diseño; ahora me voy empuñando a Hrunting; honor
o muerte.
Y
luego de estas palabras el líder de los gautas se dirigió con rapidez hasta la
orilla, sin esperar respuestas. Se zambulló en las aguas y escudriñó largas
horas, antes de llegar al lecho abisal. La madre de Grendel, sanguinaria y
desalmada loba, centinela terrible de esos abismos por innumerables inviernos,
advirtió que alguien hurgaba la guarida de los monstruos. Se abalanzó sobre el
guerrero con sus garras mortíferas, pero las zarpas no hicieron mella en el
sólido arnés y la cota de malla que al cuerpo celaban. La loba lo aferró con
violencia sumergiéndolo hasta la abisal madriguera. El caudillo luchaba con
bravura aun cuando la espada no pudiera empuñar. Las bestias lo acosaban en las
profundidades tratando de herirlo con dientes filosos. Beowulf pronto cayó en
una escabrosa gruta, ajena al azote del oleaje y las corrientes, madriguera de
la bestia iluminada por el resplandor del fuego. Pudo ahí contemplar cara a
cara la amenazante figura de la posesa. Y ciñó con fuerza la espada desde el
puño anillado y la descargó sobre la cabeza adversaria. Pero el filo de la
espada no mordió aquella carne; por primera vez, después de tantas escaramuzas,
erraba el arma que cotas y yelmos había destrozado. El caudillo, estimulado por
su honra, permaneció resuelto sin aflojar el brío; pronto, haciendo a un lado
la espada, se entregó al poder de sus manos, desafiando como quienes no
retroceden ante la muerte y fraguan su fama en la lid. Y sin dilaciones,
atizado por la ira, aferró por el hombro a la madre de Grendel y la derribó.
Pero ella contraatacó apretándolo con sus brutales garras y él, extenuado, después
de tambalear, se precipitó a tierra. La madre de Grendel, enceguecida por el
odio, se abalanzó sobre el gauta blandiendo un puñal afilado. Quería resarcir
la muerte de su hijo. Pero la hoja resbaló contra el blindado tejido de la
pechera sin perforarla. El hijo de Ecgtheow, gracias al favor del Cielo y a la
sólida armadura, se salvó de muerte en aquella gruta abisal. La providencia
divina permitió entonces que el héroe se erigiera nuevamente.
XXIII
Y
avistando una hoja implacable cincelada por gigantes, honor de osados, el filo
agudo y brillante, una espada que sólo él, defensor de los scyldings, podría
asir, no vaciló en levantarla y precipitó violentamente su hierro en el cuello
de la arpía, cercenando músculos, tendones y huesos. Vencida, se desplomó a sus
pies. La espada sangraba. Beowulf rebosaba júbilo. Un destello reverberaba en
la madriguera con un brillo sólo comparable con el de la antorcha del cielo.
Beowulf escudriñó el lugar avanzando junto a un muro. Aún ceñía la espada;
quería encontrar a Grendel y vengar de una vez por toda sus calamidades a los
daneses, los valientes caídos en aquellas incursiones nocturnas al recinto de
Hrothgar, quince engullidos mientras dormían y otros quince arrastrados por la
bestia, aciaga redada. Pero la justicia del gauta se había consumado. El cuerpo
de Grendel inerte yacía; las heridas recibidas en el duelo, al enfrentarse a
Beowulf, lo arrebataron de la vida. Aun así la carroña se sacudió ante la
nueva embestida del indómito guerrero, quien de un solo golpe lo decapitó. En
las orillas del pantano, Hrothgar y sus vasallos observaron cómo las aguas se
revolvían tumultuosas, oscureciéndose de sangre. Los más ancianos temieron lo
peor; Beowulf, pensaban, ya no retornaría a la superficie para celebrar la
victoria con su rey. La fiera, se dijeron, lo habría asesinado. Al cumplirse la
novena hora, los nobles scyldings se apartaron de allí; el monarca volvió a su
hogar. Sólo los gautas permanecieron en la ribera, cabizbajos, con el corazón
destrozado, pues esperanzas no tenían de saludar nuevamente a su generoso
señor. Mientras tanto, la sangre vertida en la hoja de la espada, comenzó a
fundirla. Y el hierro se hizo frágil como el hielo que se derrite al paso del
agua con la crecida al ser propicia la estación, portento nacido de Dios, quien
gobierna sobre los años. El líder gauta no se apropió de reliquia alguna; su
único trofeo fue la cabeza de Grendel y el mango de la espada, pues la hoja fue
deshecha por la sangre envilecida del homicida.
Y
luego volvió a sumergirse y ascendió a la superficie purificando las gélidas
aguas. La presencia de Grendel había sido sofocada. Y el avezado navegante,
galardón en mano, ascendió triunfal y nadó hasta la orilla. Sus leales vasallos
lo recibieron con emoción, dando gracias a Dios, pues el gauta volvía indemne a
tierra firme y segura. Raudos, lo aliviaron de la cota y el yelmo, mientras la
paz volvía a las aguas, y emprendieron el viaje, alborozados, cruzando laderas,
exhibiendo el despojo, la cabeza del monstruo, empalada en una lanza sostenida
por cuatro hombres; indómita era aquella hueste, distinguidos entre los
distinguidos, enfilando hacia el fortín. Fue Beowulf, cubierto de gloria, quien
primero ingresó saludando a su señor. En Hereot los hombres bebían; el gauta
arrastró la cabeza de Grendel, cuyo porte sombrío todos contemplaban con
estupor.
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