Ella se sentaba al borde del arrollo a profesar su amor por lo divino y su amor por lo pequeño, por lo ínfimo, por la brizna de hierba que crecía junto a la orilla. Pero sabía que su amor por lo divino era un amor inferior, deseo, mientras que su amor por la brizna de hierba era un amor superior, desinteresado y absoluto. Amaba a la hierba con un amor divino y a Dios con un amor carnal. Cuando se preguntó por qué, lo supo: su corazón había encontrado en la hierba a Dios y, sin embargo, en Dios solo había encontrado hierba.
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